Homilia 14 OT A - Inmigración
Padre Paul Williams (gracias a Padre Francisco Fernández-Carvajal)
Quiero pedir perdón a todos aquellos de origen hispano. El Estado de Georgia, donde nació y crecía, se ha aprobado y aplicado ahora una nueva ley contra los inmigrantes. La nueva ley es lamentable y una violación de la dignidad humana básica.
Nuestra parroquia ha participado en muchos aspectos, tratando de llamar la atención sobre este problema. Hemos hablado con el alcalde de Dalton, el jefe de la policía, los miembros del gobierno del condado. Hemos tenido reuniones para el diálogo entre los grupos defensores de latinos y líderes comunitarios. Hemos escrito cartas al gobernador, legisladores estatales y líderes nacionales. Nuestros feligreses han hablado con los periodistas y televisión.
Nuestros obispos, el señor arzobispo Gregory y señor obispo Zarama, también han intervenido en nombre de los inmigrantes. Han dicho en una declaración pastoral:
“Las Sagradas Escrituras nos enseñan que todos los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios, que somos redimidos por Jesucristo, y que estamos llamados a compartir las cargas de los demás. Las Escrituras exigen una atención especial a los extranjeros, forasteros y otras personas vulnerables.
“...La dignidad humana y los derechos humanos de los inmigrantes indocumentados deben respetarse en todo momento, sea en el trabajo, en el hogar, en la escuela o en su participación en la vida comunitaria.
“...Como sus pastores, nos parece inaceptable que los niños sean separados de sus padres y sus familias, o que comiencen cada mañana preguntándose si este es el último día que verán a su madre, a su padre o a sus hermanos.
“... muchas personas indocumentadas continúan viviendo en las sombras, sin la seguridad básica u otros derechos humanos. A pesar de que a muchos se les retienen de sus salarios los impuestos federales y estatales, y de que todos pagan impuestos sobre ventas y otros gravámenes, saben que ser víctimas de un crimen o de un accidente de tránsito puede resultar en su arresto y deportación.
“Para la mayoría de estas personas, no hay una “línea” en la que esperar o “papeles” que firmar, porque nuestro sistema de inmigración roto no permite la posibilidad de su entrada legal a los Estados Unidos...
“Las personas de buena voluntad pueden no estar de acuerdo sobre la manera en que se puede lograr la reforma, pero no podemos alcanzar una reforma duradera, hasta que la disertación pública se concentre en soluciones, no en ataques personales sobre quienes ofrecen un apoyo fundamental a nuestra sociedad.
Ellos concluyen, “Al continuar nuestro llamado a los delegados en el Congreso para que apoyen una reforma abarcadora de inmigración, exhortamos a nuestros representantes estatales de Georgia a resistir la imposición de medidas legislativas severas e innecesarias que afecten a todos los residentes de Georgia, lo que rasgará aún más el tejido de nuestras comunidades, y pondrá en peligro nuestro futuro.”
El Señor nos dice en el Evangelio, “vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio.” Solo nuestro Señor puede darnos la paz y la tranquilidad de corazón que buscamos. En verdad, nuestro Señor no le quita todas nuestras cargas. Él llevó nuestros dolores y nuestras cargas más pesadas. Y nos manda que tenemos que tomar nuestro yugo sobre nosotros. De él nos aprendemos de que nuestro yugo es realmente suave y nuestra carga ligera.
El Evangelio es una continua muestra de la preocupación por todos de Jesucristo: «en todas partes ha dejado ejemplos de su misericordia», escribe San Gregorio Magno. Resucita a los muertos, cura a los ciegos, a los leprosos, a los sordomudos, libera a los endemoniados... Alguna vez ni siquiera espera a que le traigan al enfermo, sino que dice: Yo iré y le curaré. Aun en el momento de la muerte se preocupa por los que le rodean. Y allí se entrega con amor, como víctima de propiciación por nuestros pecados; y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
Para ser fieles discípulos del Señor hemos de pedir incesantemente que nos dé un corazón semejante al suyo, capaz de compadecerse de tantos males como arrastra la humanidad. La compasión fue el gesto habitual de Jesús a la vista de las miserias y limitaciones de los hombres: “Siento compasión de la muchedumbre...”, recogen los Evangelistas. Cristo se conmueve ante toda suerte de desgracias que encontró a su paso por la tierra, y esa actitud misericordiosa es su postura permanente frente a las miserias humanas acumuladas a lo largo de los siglos. Si nosotros nos llamamos discípulos de Cristo debemos llevar en nuestro corazón los mismos sentimientos misericordiosos del Maestro.
Nosotros debemos imitar al Señor: ayudando a a los demás a sobrellevar las cargas que tienen. Siempre que nos sea posible, asistiremos a otros en sus sufrimientos, en sus miedos, y en sus debilidades, en las cargas que la misma vida impone: El Santo Escrivá nos dice, «Cuando hayas terminado tu trabajo, haz el de tu hermano, ayudándole, por Cristo —¡Esto sí que es fina virtud de hijo de Dios!».
Liberar a los demás de lo que les pesa, como haría Cristo en nuestro lugar. A veces consistirá en prestar un pequeño servicio, en dar una palabra de ánimo y de aliento, en ayudar a que esa persona mire al Maestro y adquiera un sentido más positivo de su situación, en la que quizá se encuentre agobiada por hallarse sola.
No estamos solos. Somos el Cuerpo de Cristo, la iglesia una, santa, católica, y apostólica. El Señor nos dice, “No tengan miedo. Ustedes creen en Dios crean también en mí.” Podemos rezar la Misericordia Divina, “Jesús, en ti confío.”